Hace casi dos millones de años, en la sabana de África, un homínido peludo y bajito levantó un hacha de piedra amenazadora y... comenzó a prepararse la comida. Sucedió en la garganta de Olduvai, Tanzania, donde está el yacimiento de fósiles descubierto por la paleontóloga Mary Leakey hace medio siglo.

Ahora, un grupo de paleontólogos, coordinado por Julio Mercader, de la Universidad de Calgary, Canadá, va a aplicar técnicas forenses para averiguar qué comía exactamente aquel homínido, informa el portal del diario español El País.

Mercader explica que hace entre 1,8 y 1,3 millón de años el clima en la Tierra estaba cambiando. En lo que hoy es Tanzania se estaba pasando de un contexto forestal a otro de sabana, de un lugar con lagos a otro seco. Paralelamente, el cuerpo de los homínidos sufría cambios: el tracto intestinal se hacía más corto, crecía la masa encefálica, aumentaba el tamaño del cuerpo y se modificaba el aparato masticatorio. “Todo eso requiere un gran aporte de energía y hace falta explicar cuál fue el agente capaz de proporcionarla”, dice Mercader.

“Hay gente que piensa que esto se logra comiendo fundamentalmente carne, pero en nuestro equipo pensamos que llevaban una dieta compleja, que incluía carne, pero también bastante materia vegetal”. A criterio de Mercader, este sería el origen de las dietas complejas y, de alguna forma, modernas.

Claro que demostrarlo no es fácil. Los rastros de las comidas carnívoras son fáciles de encontrar porque las herramientas de piedra que usaban dejaban marcas visibles en los huesos de los animales. En cambio, para hallar rastros de vegetales deberán usar técnicas de análisis molecular.

En las tareas realizadas hasta ahora el equipo ha logrado identificar fitolitos (restos de plantas fosilizados) en los sedimentos y también como residuo que se ha pegado a las herramientas, porque se usaron para machacar plantas. También están buscando almidones y proteínas antiguas.

El proyecto, que durará siete años, también investiga el comportamiento de aquellos homínidos. Mercader considera que los cambios climáticos impactaron en la conducta de estos antepasados de la humanidad. El paisaje boscoso fue reemplazado por otro abierto y seco, con pequeños oasis.

“Si hay pocas zonas con vegetación y agua, ahí se concentra la gente, y cuando ves que tienes que convivir con otros grupos de humanos en espacios más limitados surge una dinámica fundamental en el comportamiento humano que es la sociabilidad”, explica.